Marianela Ruiz Cabezas

Soy Marianela Ruiz Cabezas. Marian, me llaman muchos que me conocen. Desde niña, mi vida se vio marcada por una sensibilidad especial y una tendencia a aprender a autosostenerme cuando el mar arreciaba. Tenía nueve años cuando nació mi prima María Belén y el dolor del desplazamiento, del abandono en realidad de los adultos de la familia, me llevó a sublimar la emoción a través de la escritura y lectura. Entonces me apasioné con “Las aventuras de Esther”.
Por esa tendencia a las lealtades invisibles estudié Derecho en la PUCE de Quito y concluí la carrera pensando formar parte del cuerpo diplomático pero en la práctica me di contra el piso ya que nada de lo que me rodeaba en la academia diplomática tenía que ver conmigo. Siempre he buscado lo que va más allá, lo auténtico y quizás por eso amo la literatura.
He hecho varios estudios de Derecho, psicología, Relaciones internacionales entre otros, pero sin duda el que más amé, fue Estudios de la Cultura. Me sentí viva y vibrante cuando cursé esta carrera. No así cuando estudié Derecho, o incluso cuando me formé como Mentora. Fueron más bien, épocas de desconexión conmigo y en las que me sentí acartonada, dura y revestida de ego. Títulos, dinero, una plataforma eran los adminículos que me sostenían.

La literatura siempre ha sido para mí, otra cosa. Y a ella he entrado como reincidente. Gané hace años, con un cuento bastante flojito, el segundo premio Jorge Luis Borges y luego el segundo premio de ensayo del concurso a nivel de Pacto Andino llamado: “Quiero vivir y nunca se lo conté a nadie”. Luego, he sido publicada en unas pocas antologías literarias y en otras publicaciones más bien relacionadas con el mundo del mentoring y el Project manager.
Ahora, a mis 58 años, entro en este mundo que siempre ha sido una sirena profunda para mí. Estoy literalmente muerta de miedo. Tanto que estos últimos tres meses fueron de parálisis por el miedo que me podía. En Argentina, país al que amo y en el que viví casi diez años, dirían: “estoy cagada de miedo”. Pero también he trabajado conmigo misma para lograr una determinación fuerte y que quiero hacerla consistente.
En la pandemia, decidí hacer una maestría en Escritura narrativa. No fue lo que esperaba pero sobretodo porque cuando de algo académico se trata, mi mente se enfoca más en el resultado de pasar y aprobar que en el verdadero objetivo de adquirir conocimiento.
Y ahora me asomo despacito, con una timidez y un temor espantosos a este espacio tan anhelado por mi ser desde siempre. A veces incluso sintiéndome culpable de poder disponer de mis días a mi antojo para leer, irme a un cafetín y sentirme más grande y plena que la reina de Saba porque tengo derecho a hacer de mis días un espacio de encuentro y conexión conmigo misma y desde ahí poder dar algo de mí que espero y anhelo aporte a otros imaginarios, a construirlos desde otro lugar.